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Análisis y analistas

Hubo un tiempo en el que, cuando se hacía alguna objeción a una obra de arte y se decía, por ejemplo, que una pintura era “bonita”, aunque no se dijera que era buena o mala, si se decía que era “bonita”, el significado era que la obra había gustado al espectador, que al fin y a la postre es el que tiene que entablar el diálogo con la obra que contempla. A los puristas y a los que ahondaban en el significado último de las palabras, bonita les molestaba y deseaban escuchar que la obra era buena o mala, pero nunca si era bonita o fea. Ahora, en el siglo actual, con tantos análisis y analistas, y sobre todo cuando hay que explicar la quinta pata del gato, el más difícil todavía, se quiere apartar el arte del entendimiento universal y encerrarlo en un colectivismo, siempre nefasto para la evaluación del arte, que tiene que ser completamente personal y a la vez universal sin estar sujeto a unas normas dictadas por las modas o por lo que se lleva en el arte.

El arte, y la pintura en concreto, tienen que volver a ser la expresión del hombre y la naturaleza en un entorno que sólo puede encontrar el artista en su interior. El pintor no debe quedarse en el envoltorio. Se puede pintar una funda muy bella, pero no dejará de ser la funda del instrumento que hay en su interior; y eso es lo que debe captar el artista, el interior… y sacarlo a la luz. Las formas son infinitas; por consiguiente, las formas de expresión también lo son.

No se puede conformar el pintor con que su obra esté bien compuesta, los planos conseguidos y las normas académicas cumplidas a la perfección. Eso es simplemente la envoltura de la obra de arte, que se tiene que desarrollar abriéndose paso entre todos los complementos; y, si éstos te encierran la obra, hay que prescindir de ellos y desnudar la obra, haciéndola nacer del alma, del instinto del artista, para que éste no se convierta sin querer en un artesano de la pintura.

Jorge Rando, Dublín, septiembre 2002