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Estación de ida y vuelta

La abstracción no es el final del trayecto del pintor, sino una estación de ida y vuelta. La inquietud y la eterna búsqueda de fondo y forma por parte del artista hace que casi irremisiblemente llegue a la abstracción, y una vez que está en ese momento de su trayectoria pictórica y después de pasar por todo lo que puede ofrecer desde su interior y desde su percepción, tiene la necesidad de salir de nuevo a la luz natural de lo real. Y con esto no quiero decir que lo abstracto sea irreal, sino que lo real lo experimenta el artista con unas sensaciones propias e interiores, mientras que lo abstracto nace con la obra en el proceso de la creación de la misma.

Por eso yo dudo del pintor abstracto que termina su vida pintando abstracto, ya que en cada abstracción existe, si no en el lienzo, sí en la mente del pintor, un cuadro realista; y esa realidad, ya asumida por el artista y desde su interior, sale con nuevas formas y se presenta al exterior con las variantes que la mente del pintor haya querido o haya sido capaz de darle, porque al fin sólo es una transformación de la realidad vista de una forma y en un momento dado por el creador. Cada cuadro abstracto nace siempre de una idea real; no se puede pintar abstracto de lo abstracto, porque esto es una consecuencia de una evolución del pintor partiendo de una base real y de una experiencia personal. Yo creo que todo pintor llegará alguna vez en su trayectoria a la abstracción y, si no lo plasma en el lienzo, sí lo tendrá dibujado en su mente; y serán sus demonios los que siempre le acompañarán mientras no lo saque de su interior y les dé vida propia en un lienzo.

Jorge Rando, Málaga, enero de 2004