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Diario Sur - Opinión - Desaprendizajes

12-04-2015

Nadie pide la entrada en la puerta. Cualquiera puede pasar, dar los buenos días o las buenas tardes si le acompaña cierta urbanidad, y acudir al encuentro de los paisajes verticales, de las miniaturas de árboles con las copas de algodón, de la escultura como una Mamá Grande rosa chicle para cuidar del mandarino centenario que asoma en el patio interior. El Museo Jorge Rando está a punto de cumplir su primer aniversario y preguntas a Jorge Rando cuántos visitantes han pasado por allí y se encoge de hombros y te mira como si no entendiera la pregunta, casi como si no hablara tu idioma. Porque en el museo del barrio de El Molinillo parecen trabajar ajenos a la dinámica perversa de la cuantificación de su labor en función del paso por taquilla, a la espiral de tantos visitantes, tanto vales. No es que no sea su liga. No es su deporte.

Quizá sirva el caso del museo de El Molinillo para practicar ciertos desaprendizajes. El centro recibió una inversión municipal de 1,3 millones de euros para la rehabilitación de su sede. Ponerlo en marcha costó casi el doble y la diferencia salió de la fundación de Rando. Aun así, el gasto de dinero público requiere una fiscalización que podría (¿debería?) ir más allá de lo contable, sin perder el equilibrio con lo razonable. Hablan en el museo de que varios negocios han abierto sus puertas en las inmediaciones del barrio después de que ellos llegaran, hay artistas que han encontrado allí un lugar de trabajo, hay proyecciones de películas, conciertos, conferencias... Hay una oferta cultural sostenida, gratuita siempre, sufragada por la fundación del artista, en una de las zonas más deprimidas de la ciudad. Muy pocos equipamientos culturales puede decir lo mismo. Y eso merece respeto, paciencia y un análisis mesurado que traerán la vigilancia y el tiempo.


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